Médico del Emperador Marco Aurelio,
En la Roma del Siglo II
Tessa KORBER
(Traducción al español del original en alemán, Der Medicus des Kaisers, por Laura Manero)
Ediciones B, Barcelona 2004

No en vano el sinónimo de médico en muchas lenguas es "galeno", para recordar así la enorme influencia que ejerció sobre la medicina, Claudius Galenus (129-200 de nuestra era), de origen griego, nacido en Pérgamo, quien se formó en su ciudad natal y luego en Smyrna, Corintio y Alejandría, regresó a Pérgamo donde ejerció la medicina como médico en la escuela de gladiadores por tres o cuatro años, radicándose luego en Roma, donde llegó a ser el médico del emperador Marco Aurelio, y más tarde también lo fue de Lucius Vero, Cómodo y Septimio Severo.
Las ideas de Galeno, acordes con la filosofía de Platón, hacían énfasis en la creación por un sólo creador, razón de peso por la cual, más tarde, los pensadores cristianos y musulmanes aceptaron sus puntos de vista.
Galeno expandió sus conocimientos experimentando con animales vivos (vivisección), disecando cerdos vivos, cortándoles los nervios para probar la función conductiva.
La autoridad de Galeno, expresada en su voluminosa obra escrita, dominó la medicina occidental hasta el siglo XVI. Andreas Vesalius (1514-1564) representó el primer reto a su hegemonía. William Harvey (1578-1657) demostró la unidad de la circulación.

Siguiendo el propósito que nos hemos trazado al hacer la crítica de libros -ya que la tecnología en uso no pone límites en la extensión-,
dejemos a la autora del libro, que utiliza la ficción de la novela histórica para narrar -en párrafos escogidos al azar-, la biografía de Galeno y además lo hace asumiendo que es el propio Galeno quien lo narra para la posteridad, y así intentar introducirnos en ese mundo de luchas, guerras e intrigas que caracterizó al Imperio Romano durante su segundo siglo de existencia, observado por un testigo de excepción, tanto por su formación intelectual como por su vinculación directa en la corte imperial romana.
Copiamos textualmente párrafos del libro escogidos al azar.
Sobre su experiencia en Alejandría:
"En aquel entonces Alejandría me dejó desesperanzado en cuanto al arte médica, pero sobre todo en cuanto al sentido común de sus habitantes. Aún hoy me pregunto cómo pude quedarme allí cuatro años. Cuatro años que, si lo pienso bien, se cuentan entre los más maravillosos de mi vida …
… acabé metiéndome en un círculo vicioso gracias a Numisiano. Mejor dicho, gracias a su hijo Heracliano, puesto que Numisiano, el gran maestro, había fallecido, tal como supe al fin en la biblioteca. Muerto y enterrado antes aún de mi llegada a Alejandría …
La herencia de Numisiano comprendía, según se decía en las chismosas librerías que había cerca del Museion, más de cincuenta volúmenes de anotaciones manuscritas, además de las lecciones dirigidas a su discípulo Pélops de Esmirna y las tablas ilustradas para el gran periplo de conferencias por Grecia, que en su día había encontrado en Atenas su gloriosa conclusión. Sólo esas tablas de ilustraciones debían ser auténticas obras de arte que mostraban todos y cada uno de los músculos y los nervios del cuerpo. Había incluso quien rumoreaba algo acerca de un esqueleto que se movía gracias a un mecanismo, de forma que se podía estudiar en él el funcionamiento de unos músculos artificiales como si se estuviera delante a una persona sin piel. Esto último, con todo, lo consideré un simple rumor, habladurías de erudito como las que gustan de difundir los historiadores demasiado literarios, que le dan más importancia a la retórica y a sus bellos artificios que a la lógica, y que deberían apartar sus dedos de la ciencia. Sin embargo, aún sin contar con eso, el legado de Numisiano era legendario y a mí me parecía que valía la pena dedicarle hasta mi último esfuerzo."
Sobre el embalsamamiento en Egipto:
"Primero se extrae el cerebro por los orificios nasales con un gancho de hierro, aunque en realidad de esta forma sólo se retira una parte. El resto se limpia con unas esencias que se introducen en el cráneo.
Durante esa primera visita, no hubo forma de que Ceremón me desvelara cuáles eran esas esencias. Se entregó de lleno a las oraciones correspondientes y, mientras yo seguía contemplándolo, quedó envuelto en vapores que desprendía el incienso.
Después, con una piedra afilada de Etiopía se hace un corte a lo largo del vientre y se extraen todas las vísceras, una a una. Cuando se ha vaciado el interior y se ha lavado con vino de palma, se limpia de nuevo con especias trituradas. Entonces se rellena la cavidad con mirra y casis machacadas, para depurarla, y luego se añaden otras especias, a excepción del incienso -que de todas formas se me metía en abundancia por la nariz-, y se cose para cerrarlo de nuevo. Una vez realizado esto, se introduce el cadáver en sosa …
… se la deja aquí durante setenta días."
Médico de los gladiadores a su regreso a Pérgamo:
"El salario del que me hablaron a continuación era más que suficiente, pero no era eso lo más importante. ¡Médico de gladiadores, médico de las estrellas! Claro que eran esclavos, criminales y marginados, pero al mismo tiempo estaban en el punto de mira de la vida pública y, por lo tanto, también lo estaba todo aquel que tuviera algo que ver con ellos. Desde los golfillos hasta el arconte, todo el mundo conocía sus nombres y sus victorias, así como los puntos fuertes y las debilidades de su técnica de lucha. Todo el mundo hablaba de ellos, la gente los quería o los odiaba, todos deseaban tenerlos cerca. Y yo iba a ser su médico, iba a sumergirme en esa vida ociosa de juegos, fiestas y banquetes. ¡Oh, sí! Era más interesante que prescribir curas termales a viejos romanos con sobrepeso. Enseguida empecé a soñar con la vida frívola …"
Sobre los gladiadores de Pérgamo.
"Encadenados unos a otros, trotaban chirriando a paso acompasado al salir de sus aposentos comunes. Donde sólo podían permanecer tumbados o sentados, siempre con los grilletes. Ni uno solo de sus movimientos escapaba a la vigilancia de los guardias, quienes, durante un entrenamiento como el que comenzaba en esos momentos, se concentraban siempre en mantener la superioridad numérica y en dar la espalda a las altas rejas que rodeaban la pista, como si se tratase de una jaula de fieras … De algún modo sí era una danza que en breve habría de conducirlos a todos hasta la muerte. Esos hombres eran criminales condenados a morir a los que, aun cuando ganaran el duelo, sólo les esperaba un próximo contrincante en la arena, y después otro y otro más, hasta que sucumbiera, exhaustos. Su formación era corta, entre ellos no existían jerarquías y el orgullo de clase les quedaba muy lejos; no tenían nada más que encontrar la muerte certera en un último combate. Gruñían como perros cuando los alcanzaba el látigo y sus ojos destilaban temor y odio cuando el sudor empezaba a chorrear y su respiración se tornaba jadeante. Ellos no serían nunca mis pacientes. Mi labor consistiría tan sólo en elegir, de entre el grupo de los sentenciados, a aquellos que desde un punto de vista médico fueran suficientemente fuertes y atléticos como para ofrecer un buen espectáculo al pueblo con su muerte."
De cómo manejar una audiencia:
"Cuando volví al estrado, eché un vistazo a la concentración de influencia y riqueza que se había reunido, esos hombres y mujeres romanos de más de sesenta años que no tenían más ocupación que la de cuidar de sus cuerpos marchitos. Así pues, dejé el análisis de los masajes suaves en todas formas.
-Señorías -comencé a decir-, la medicina es básicamente la pregunta de cómo se puede prolongar la vida el máximo posible y de la forma más saludable. Es posible formar el cuerpo de una persona para obtener el máximo de sus `posibilidades, cuando está bien dotado. En mi opinión, un estilo de vida semejante debe estar libre de actividades inútiles y debe ocuparse sólo del cuerpo."
El inicio en Roma:
"Sí, claro,yo era Claudio Galeno, el famoso galeno de Pérgamo. Sin embargo, también estaban Aufidio Craso, el famoso médico de Alejandría, y Cayo Manlio, el famoso chirurgus de Atenas, además de una variedad de otros sobresalientes entendidos en medicina de todos los rincones del Imperio. Como yo, todos tenían grandes placas en sus puertas, hacían que sus esclavos desfilaran por los mercados con tablones en los que se anunciaban, y competían entre sí pronunciando discursos en pórticos al aire libre. En cada uno de ellos podía esconderse un genio, como en mi caso, o tal vez un esclavo de molinero huido que se dedicaba a la venta ambulante de los remedios caseros de su abuela, hechos a base de bosta de cocodrilo. ¿Quién iba a saberlo?
Algunos leían el estado de sus pacientes en la mano, otros en la pupila, otros en la orina, y otros más en un huevo de gallina roto o en las estrellas, ¿qué diferencia había? Los clientes codiciaban sensaciones y no eran difíciles de contentar. Tampoco existía ningún control estatal sobre la formación y la actividad médica. Allí, en Roma, lo fundamental para el éxito de un hombre eran únicamente las buenas relaciones y la comercialización de la propia fama en los círculos influyentes, si es que, como en el caso de Atalo, podía permitírselo."
Sobre el Coliseo de Roma:
"El Ludus Magnus era sólo una escuela de gladiadores, aunque la más grande, de las cuatro que se erguían al oeste del Coliseo. SAllí se entrenaban y recibían su formación por lo menos dos mil luchadores a la vez, además de otros tantos en los ludi colindantes, el de los galos, el de los dacios y el de los venatores, los especialistas en luchas con animales. Era un gran complejo habitado por un ejambre de personas que me recordaba muy poco a mi conocido reino de Pérgamo, donde con mucho había tenido que cuidar de cincuenta gladiadores a la vez.
Incluso contaban con un hospital propio y una armería ante la que nuestro almacén parecía más bien un negocio familiar. Tenían también unos pequeños barracones militares, la base de una unidad naval cuya única obligación era la de desplegar los velaria, los toldos, durante las representaciones del Coliseo. Divertir al pueblo de Roma con juegos era una sería ocupación de la administración en la que el Emperador no podía cicatear ni peculio ni atención.
Nuestro nuevo imperator, Marco Aurelio, era ciertamente ejemplar por lo que atañía a la financiación de las luchas. No obstante, durante los espectáculos, su mirada imperial -eso había podido comprobarlo en persona la última vez- a menudo descansaba en un rollo, una solicitud o un acta procesal. Me fijé en los esclavos de la administración que entraban y salían a toda prisa del palco imperial, como si fuera un palomar. A todas luces, los asuntos oficiales no se interrumpían ni un solo minuto mientras allí abajo, en la arena, corría la sangre sin que el Emperador le prestara atención …
Casi todos los médicos de los ludi de Roma eran esclavos imperiales o libertos. No había tardado en comprender que, en la capital, el puesto de médico de gladiadores era diferente al de la provincia de Pérgamo, y que aspirar a esa plaza no era adecuado para mí, un hombre libre y de ascendencia noble, por muy prominente que fuese el puesto."
Sobre Marco Cornelio Frontón, maestro del emperador Marco Aurelio:
"No estoy seguro de si la posteridad recordará a Marco Aurelio Frontón. En su época fue un famoso orador que destacó en los tribunales y en las salas de conferencias. El abuelo de Marco Aurelio lo había escogido para que educara a su nieto como futuro emperador. Con todo, la moda ha dejado obsoleto sin ninguna compasión el estilo de declamación de Frontón. Incluso su alumno preferido, para gran consternación de su viejo profesor, abandonó su disciplina principal, la retórica, e hizo de la filosofía su verdadera pasión. Los cargos estatales verdaderamente importantes, como el de procónsul de la provincia de Asia, llegaron tan tarde que la salud de Frontón, siempre quebrantada, ya no le permitió tomar posesión de ellos y hacerse un nombre como hombre de estado."

Sobre el emperador Marco Aurelio:
"-Contaba yo ocho años cuando renuncié a la vida holgada y escogí el simple atuendo del filósofo como vestimenta para el resto de mis días -empezó a explicar Marco Aurelio. Yo lo miraba asombrado, de reojo. ¿Quería el Emperador contarme la historia de su vida? Este prosiguió-: Renuncia, abstinencia, aislamiento y reflexión profunda, ése era el ideal de mi vida. Pero el destino y el emperador Adriano, a quien agradaba el muchacho meditabundo que era yo, lo quisieron de otro modo y, puesto que tengo la firme convicción de que una persona debe llevar a cabo con lealtad y sacrificio las tareas que le impone la responsabilidad del bien común, jamás me he opuesto a ello, jamás. …
… El filósofo quiere comprender, el imperator debe decidir; el filósofo quiere contemplar, el imperator debe regir. No es algo sencillo para un hombre que, de haber tenido elección, se habría convertido en eremita. Y el miedo de aquella noche es algo que a veces me parece de veras profético. El miedo y el frío de mis brazos, que ningún médico puede curar. -Entonces me miró con una sonrisa-. La obligación es inexorable, amigo mío, y jamás la desatenderé, por muy otoñal que sea mi tristeza."
"Marco Aurelio, a su manera torpe y digna, consiguió despertar en mí el anhelo de ser mejor persona, una persona más valiosa, más notable, más pura de lo que era. Oh, sabía que ese deseo padioso no me duraría mucho, pero en aquel momento me impulsaba con una fuerza increíble. De hecho, hizo que me avergonzara un poco en mí mismo, que me sintiera humilde, y al mismo tiempo apeló a un instinto de protección que nunca había conocido en mi interior. Sentía que debía proteger a esa persona noble e ingenua y sus ideales contra el mundo perverso, profano y deficiente de ahí fuera, al que yo mismo encarnaba."
Sobre la subasta de la colección privada de Marco Aurelio para financiar las guerras de Roma contra los bárbaros:
"Marco Aurelio había dicho que necesitaba dinero, y ahora se proponía conseguirlo. Al contrario que alguno de sus predecesores, no se le había ocurrido desvalijar a sus senadores, arrastrarlos con acusaciones poco convincentes ante un tribunal, condenarlos a muerte y confiscar sus propiedades, un método que ya había demostrado su éxito. Sus métodos eran honestos, modestos, mercantiles y civiles. Les faltaba el sombrío esplendor de la tiranía y, en ese día nublado, tuve la intensa sensación de que los ingratos romanos lo despreciaban por esa honestidad suya en lugar de admirarlo. No sabían apreciar su filantropía …
Pensé en que, además de hacerme un favor a mi mismo, también se lo hacía a la campaña militar al adquirir una antigua copia de La naturaleza de los hombres, de Hipócrates, que según la opinión general de los eruditos había sido terminada por su yerno Polibo y que con su descripción de los cuatro humores se contaba entre mis preferidos de la historia de la medicina."
Sobre sus actividades docentes en la Roma de Cómodo:
"Aurelia no fue mi única alumna. Mi éxito personal contribuyó a que en toda Roma se supiera que la profesión médica no era sólo para esclavos y libertos de gente rica, que conseguían así un médico para la familia, sino que también podía representar una carrera muy prometedora -y lucrativa- para ciudadanos romanos libres. Y así, con el paso del tiempo, vinieron a verme empleados y artesanos para preguntarme si no podía darles clase a sus hijos."
Sobre el emperador Cómodo (hijo y sucesor de Marco Aurelio):
"Conmigo Cómodo estaba en las mejores manos. Cuidé de su constitución y la mejoré tanto como él mismo podía desear, lo cual no resultó una tarea sencilla teniendo en cuenta la vida disoluta que llevaba. Bebía demasiado, comía demasiado, asesinaba demasiado como para poder disfrutar de buena salud. Sin embargo, yo estaba decidido a no perder el control sobre su cuerpo, puesto que de ello dependía el futuro de mi familia. Despacio y con cautela bailé con él esa danza de la muerte. Cuando Cómodo arremetiera, Aurelia y los míos tendrían que encontrarse ya fuera de su alcance, a pesar del arresto domiciliario al que casi nos tenían sometidos. O, si no, no debía recaer sobre mí ni la sombra de una sospecha. De todos modos, dudaba de que Cómodo y su camarilla, en caso de duda, se preocuparan de buscar motivos, indicios ni pruebas siquiera antes de cortarme la cabeza. Su muerte sería la mía, y la de Aurelia, así de sencillo era el pacto que me había obligado a aceptar.
Fue un pacto más duradero que muchos otros de este tipo en la corte imperial. Sí, duró años."
El Médico del Emperador es un libro de 431 páginas que nos introduce de lleno en la vida del Imperio Romano durante su segundo siglo de existencia, y nos da una descripción de la vida en sus grandes metrópolis de Alejandría, Roma y Antioquia, llevándonos hasta los brumosos campos fronterizos de batalla contra los bárbaros germanos a orillas del Danubio. Se interesa más en la vida de Galeno, que en la influyente obra escrita médica que legó a la posteridad, y que constituyó la columna vertebral de los conocimientos médicos por más de un milenio. Es una vida apasionante en un momento clave de la civilización y cultura de Occidente.
Francisco Kerdel Vegas
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