Monday, September 01, 2008

LA ENFERMEDAD DEL EMPERADOR MARCO AURELIO

Las condiciones sanitarias y de salud pública en Roma en el año 300 d.C. estaban más avanzadas que a mediados del siglo XIX. El sistema de drenaje, la Cloaca Máxima, se comenzó a construir en el siglo VI a.C. y funcionó como una moderna planta de desagüe. Estas obras se repitieron en muchos lugares del Imperio. Las ruinas de Pompeya y Herculano, destruidas por una erupción del Vesubio en el 79 d.C., revelaron un moderno sistema de retretes con agua corriente. Bajo el reinado del emperador Vespasiano fue construido un edificio de mármol con urinales, y para poder hacer uso de él se debía abonar una pequeña suma.


En contraste, Londres tuvo que esperar hasta la Gran Exhibición de 1851 en Hyde Park para inaugurar retretes públicos. Como ensayo, ese mismo año, en las salas de espera para damas de la calle Bedford y para caballeros en la calle Fleet, se instalaron retretes en los que se cobraba, en valores aproximados, lo que serían 5 euros actuales “por el privilegio” de poder usarlos y lO euros por una toalla caliente. De esa manera, mientras el costo de la construcción había ascendido a 680 libras, en cinco meses, y a pesar de la distancia entre los baños y el solar de la exhibición, se recaudaron 2.470 libras.


Como la higiene depende de un adecuado suministro de agua, ya a principios del año 312 a.C. el primer acueducto romano llevaba agua pura a la ciudad. A comienzos de la era cristiana existían seis acueductos; cien años después sumaban diez, que proveían cerca de mil millones de litros de agua por día. Los baños públicos requerían la mitad de ese enorme suministro, por lo que sobraban 225 litros por cabeza para dos millones de habitantes; la misma cantidad que se consume en la actualidad en Londres y Nueva York. En 1954, cuatro de esos acueductos fueron renovados y bastaron para satisfacer las necesidades de la Roma moderna.


Los baños de Caracalla ya funcionaban en el año 200 d.C. y podían recibir ¡ .600 bañistas al mismo tiempo. Los de Diocleciano, construidos ochenta años después, tenían, más o menos, 3.000 salas. Los baños, parecidos a un sauna moderno, acompañaban a la civilización romana dondequiera que ella fuera y algunos lugares se hicieron famosos debido a las propiedades curativas de las tibias aguas, ricas en minerales. Sólo unos pocos, como Bath en Inglaterra y Wiesbaden en Alemania, mantienen aún la reputación de spa medicinal.


La gran ciudad romana había crecido al azar, con calles angostas y sinuosas y casas miserables. Luego, casi dos tercios fueron destruidos en el incendio provocado por Nerón en el 64 d.C. Más afortunada que Londres, después del incendio de 1666,



Roma fue reconstruida siguiendo un plan maestro, con calles rectas y anchas y grandes parques.
La limpieza de los caminos públicos estaba supervisada por los ediles, funcionarios que también controlaban la calidad de los suministros de alimentos. Entre otras medidas de salubridad, estaban prohibidos los entierros dentro de la ciudad, por lo cual se creó un sistema mucho más higiénico: la cremación. El entierro recién fue completamente incorporado cuando las creencias cristianas acerca de la resurrección de la carne se impusieron. En limpieza, sanidad y reserva de agua, Roma era más parecida al Londres o la Nueva York del siglo XX, que a la París medieval o la Viena del siglo XVIII.


Los romanos fueron los primeros en vivir en una gran urbe y sabían por propia experiencia que una ciudad con gran número de personas no podía sobrevivir sin disponibilidad de agua, calles limpias y cloacas eficientes. Un londinense del siglo XVII vivía en condiciones que no hubieran sido toleradas por un romano en el siglo 1, aunque, en cierto sentido, compartían un mismo problema: desconocían la causa de las enfermedades. Si el agua que circulaba por los acueductos hubiera provenido de una fuente contaminada, los romanos habrían corrido el mismo riesgo que los londinenses que se proveían de agua en el enlodado Támesis. Esta falta de conocimiento esencial hizo que las magníficas medidas de salubridad de la Roma imperial resultaran inútiles en los años de las plagas.


Imaginemos a Roma como una abultada araña centrada en su red, extendiéndose desde el Sahara en el sur hasta Escocia en el norte, y desde el mar Caspio y el golfo Pérsico al este, hasta las costas de España y Portugal al oeste. Hacia el norte y el oeste se encontraba con los océanos; al sur y al este, con continentes enormes y desconocidos, en los cuales vivía gente menos civilizada: africanos, árabes y las tribus salvajes de Asia. Más allá de las tenues sombras se asentaban las antiguas civilizaciones de China y la India. Así, las fronteras del Imperio eran guarnecidas por las tropas en los puntos estratégicos. Desde esos puestos se extendían los hilos de la telaraña que conducían a Roma; las rutas marítimas de África y Egipto y los caminos de los legionarios también confluían en la ciudad. Y es ahí, justamente, donde aparece el germen del desastre: el vasto territorio del interior poseía secretos que los romanos ignoraban, entre ellos, microorganismos de enfermedades desconocidas, con los cuales las tropas romanas estaban en constante contacto al atacar y ser atacadas. Además, un tráfico fluido por mar y por tierra propiciaba un gran intercambio de gente. Roma era una ciudad densamente poblada y muy civilizada, pero, como ya dijimos, carecía de recursos.



para combatir las infecciones. Dada esta conjunción de circunstancias, no es de extrañar que los últimos siglos del Imperio romano hayan sido una seguidilla de pestes.
En el siglo I a.C., una inusual clase de malaria parece haber infectado los distritos pantanosos de los alrededores de Roma, produciendo una gran epidemia en el 79 d.C., poco después de la erupción del Vesubio. Se cree que la infección quedó circunscrita a Italia, pero causó estragos en varias ciudades y muchas muertes en Campania, la zona de cultivos donde Roma se proveía. En esa extensa área se abandonó la labranza de la tierra y hasta el siglo XIX continuó siendo un lugar sensible a la malaria. Es posible que esta epidemia se originara en África.


La tasa de nacimientos de los ítalo-romanos cayó abruptamente en un momento en que los territorios conquistados aumentaban. Esto, sin duda, se debió a la malaria, pero también a la disminución de la expectativa de vida a causa de las enfermedades mal curadas, que debilitaban y alteraban a la gente.3 En el siglo IV d.c. las tropas de los legionarios ya no estaban formadas sólo por italianos, y hasta los oficiales eran reclutados en distintos grupos germánicos. Se argumenta que la falta de artículos suntuarios, que antes llegaban del Este, influyó en ese abatimiento del pueblo durante los últimos días de Roma, pero es probable que la causa real haya sido la malaria endémica.


A fines del siglo I d.C. otro peligro llegó del Este. Un pueblo nómada, guerrero y agresivo, emergió de Asia Central, cabalgando por las estepas hacia el sudeste europeo. Probablemente este éxodo se debió a alguna enfermedad, a la hambruna, o a una combinación de ambas en el norte de China. Estos invasores eran los hunos, que presionaron hacia el oeste a las tribus germánicas de los alanos, ostrogodos y visigodos, habitantes del centro euroasiático. Al final, lograron quebrar la unidad del Imperio, dejándolo fragmentado en varios Estados desorganizados que guerreaban entre sí. ~
Los hunos llevaron con ellos nuevas infecciones, que produjeron una serie de epidemias conocidas por los historiadores como “plagas, y ellos mismos también se encontraron con enfermedades desconocidas. Durante los años 451 y 454, bajo el mando de Atila, penetraron en Galia y el norte de Italia, pero tuvieron que retroceder antes de entrar en Roma, posiblemente debido a una enfermedad epidémica.

Se da por obvia la consecuencia natural del alejamiento físico de los soldados.

Debido a sus incursiones, los hunos se mestizaron, absorbiendo en su ejército a distintas razas, y asimilaron tipos físicos, lenguas y culturas diversos. Al llegar a Europa su carácter asiático era variado y su identidad étnica, difícil de precisar.



La plaga de Antonio, conocida también como plaga del médico Galeno, comenzó en el año 164 entre las tropas del segundo emperador, Lucio Aurelio Vero,situadas en el límite este del Imperio. La enfermedad quedó circunscrita a ese lugar, causando estragos en el ejército comandado por Ovidio Claudio, enviado a sofocar una rebelión en Siria. La infección acompañó a los legionarios en el camino de regreso y se desparramó en los territorios del recorrido y en Roma a su llegada, dos años después. Enseguida se extendió a todo el mundo conocido, causando tantas muertes que de las ciudades salían carretas repletas de cadáveres.


Esta plaga es importante porque produjo la primera grieta en las líneas defensivas de Roma. Hasta el año 161 las fronteras romanas se habían expandido de continuo, manteniéndose intactas, hasta que una tribu germánica, ese año, forzó la barrera nordeste de Italia. Durante ocho años, el miedo y la desorganización impidieron a los romanos una acción defensiva. Finalmente, toda la fuerza del ejército imperial cayó sobre los invasores, obligándolos a retroceder. Al parecer, la enfermedad fue la causa principal de esa retirada, pues se encontraron muchos cadáveres del enemigo sin rastros de heridas. Es muy probable que se hayan contagiado la infección de los legionarios.
La plaga hizo estragos hasta el año 180; una de sus últimas víctimas fue el más noble entre los nobles, el emperador Marco Aurelio, que murió en el séptimo día de la enfermedad, habiéndose negado a ver a su hijo por temor a contagiarlo.


Después de un corto respiro, la peste volvió en 189, aunque se expandió menos que la anterior; podríamos decir que se circunscribió a la ciudad de Roma y, en su pico más alto, ocasionó más de mil muertes por día.


El nombre de Galeno se relaciona con esta plaga de los años 164 al 189 no sólo debido a que abandonó la región, sino porque dejó escritas las características del mal. Los síntomas iniciales eran fiebre alta, inflamación de boca y garganta, una sed abrasadora y diarrea; alrededor del noveno día aparecía una erupción en la piel, que en algunos casos era seca y en otros producía pústulas. Galeno da a entender que la mayoría de los enfermos moría antes de la erupción, pero igualmente se observa una semejanza con la plaga de Atenas. Lo indudable es que ésta provenía del Este.



Lucio Aurelio Vero era hermano adoptivo del emperador Marco Aurelio (cuyo nombre de nacimiento era Marco Annio Vero), quien lo asoció al trono.

Marco Aurelio, un líder bien intencionado, llegó a vender sus posesiones personales para mitigar los efectos del hambre y la peste en el imperio, aunque, a la vez, persiguió a los cristianos, en la opinión de que constituían una amenaza para el sistema. En el año 176 volvió a la frontera norte con la intención de extender los límites del Imperio hasta el río Vístula. Murió de peste en Vindobona —actual Viena— el 17 de marzo del 180, antes de poner en marcha su plan de invasión.



La mención de las pústulas ha inclinado a varios historiadores a pensar que es el primer registro de una epidemia de viruela. Una teoría consigna que el movimiento hacia el oeste de los hunos se debió a una terrible epidemia de viruela en Asia Central, que fue transmitida a las tribus germánicas, que a su vez contagiaron a los romanos. En contra de esta teoría, la historia romana muestra la diferencia de los síntomas de las plagas de viruela de los siglos XVI al XVIII, con los síntomas descritos por Galeno; aunque, como veremos en los próximos capítulos, la primera aparición de una enfermedad con frecuencia toma un curso y una forma distintos de los de la enfermedad típica.
La siguiente plaga que describe la Historia es la de Cipriano, en el año 250, que sin duda cambió el curso de la historia de Europa Occidental.


Cipriano, el obispo cristiano de Cartago, describió los síntomas como diarrea repentina con vómitos, garganta ulcerada, fiebre muy alta y la putrefacción o gangrena de manos y pies. Otros testimonios la describen como una rápida expansión de la enfermedad en todo el cuerpo, con sed insaciable. En ninguno de esos casos se habla de sarpullido o erupción, a no ser que la frase ‘rápida expansión por todo el cuerpo” insinúe una manifestación de tal síntoma.


Como en el caso de la plaga ateniense, se considera que ésta también llegó de Etiopía, y desde allí pasó a Egipto y a las colonias romanas en el norte de África, el granero de Roma. En este sentido, la plaga de Cipriano se asemeja a la de Orosio, del año 125, que fue precedida por un ataque de langostas que destruyó las plantaciones de cereales, tras lo cual se produjo una terrible hambruna, y luego la plaga.
La mención de ¡a gangrena en las manos y los pies nos tienta a pensar que se trataba de ergotismo, enfermedad que se contrae al comer pan de centeno infectado por el hongo Claviceps, pero hay poca evidencia de que por entonces el centeno se consumiera en abundancia, puesto que era una cosecha propia del norte y no del sur. La amplia expansión y la persistencia de la plaga de Cipriano son también argumentos en contra de esa teoría.



La plaga de Cipriano fue semejante a la “gripe española” de 1918 a 1919; ambas desataron una verdadera pandemia. La primera afectó a todo el Este conocido. Avanzó con gran rapidez y no sólo se contagiaba de persona a persona sino por contacto con alguna prenda o artículo del enfermo. La primera aparición fue devastadora, luego hubo una remisión y a continuación reapareció con igual virulencia. En este caso hubo una incidencia estacional: el brote se producía en otoño, duraba todo el invierno y la primavera y decrecía cuando comenzaban los calores del verano; este ciclo sugiere que se trató de la fiebre tifoidea.


La mortandad fue mucho mayor que en otras pestes: los muertos eran más numerosos que los sobrevivientes que debían enterrarlos. La fase aguda de la plaga de Cipriano duró dieciséis años, durante los cuales la gente vivió presa del pánico. Millones de campesinos abandonaron el campo para refugiarse en ciudades superpobladas, ocasionando nuevos focos de infección, y dejando que se echaran a perder grandes áreas de tierra de cultivo. Muchos pensaron que la raza humana no sobreviviría.
A pesar de las guerras en la Mesopotamia, en la frontera este y en las Galias, el Imperio romano logró superar la catástrofe, pero, en el año 250, los legionarios retrocedieron desde Transilvania y la Selva Negra hasta el Danubio y el Rin. La situación parecía tan peligrosa que el emperador Aureliano decidió fortificar Roma.
Es probable que la enfermedad, después de la fase aguda, persistiera en forma más suave. Durante los tres siglos siguientes, en los que Roma colapsó bajo la presión de los godos y vándalos, hubo brotes recurrentes de una peste similar. Luego, la evidencia se volvió más borrosa, degenerando en una historia de guerras, hambruna y enfermedades. Mientras, Roma y su gran Imperio se desintegraban.


Los germanos entraron con nutridos contingentes en Italia y Galia, cruzaron los Pirineos hacia España e incluso penetraron en el norte de África. No obstante, en el año 480, una epidemia parecida los debilité tanto que no pudieron resistir una invasión de los moros. Hay informes no confirmados de una gran mortandad en Roma en el 467 y en Viena en el 455.


Especial consideración merece la plaga que atacó a Gran Bretaña en el 444, pues pudo haber afectado la historia de los anglosajones. Esta plaga, aparentemente generalizada, constituyó una pandemia y, según Bede, la mortandad fue tan grande que no quedaban hombres sanos para enterrar a los muertos. La peste agotó a tal punto a las fuerzas de Vortigern, el jefe británico-romano, que no pudo repeler la invasión de los pictos y escoceses. La leyenda dice que, después de consultar a sus jefes, Vortigern decidió pedir ayuda a los sajones, que llegaron como mercenarios en el 449 bajo las órdenes de Hengist y Horsa. Posiblemente, la epidemia debilitó tanto a los británicos que la entrada de los sajones fue inevitable.

FUENTE: http://www.portalhistoria.com/archivos/articulos/pesteenroma.htm

EL MEDICO DEL EMPERADOR

La apasionante vida de Claudio Galeno,
Médico del Emperador Marco Aurelio,
En la Roma del Siglo II
Tessa KORBER

(Traducción al español del original en alemán, Der Medicus des Kaisers, por Laura Manero)

Ediciones B, Barcelona 2004







No en vano el sinónimo de médico en muchas lenguas es "galeno", para recordar así la enorme influencia que ejerció sobre la medicina, Claudius Galenus (129-200 de nuestra era), de origen griego, nacido en Pérgamo, quien se formó en su ciudad natal y luego en Smyrna, Corintio y Alejandría, regresó a Pérgamo donde ejerció la medicina como médico en la escuela de gladiadores por tres o cuatro años, radicándose luego en Roma, donde llegó a ser el médico del emperador Marco Aurelio, y más tarde también lo fue de Lucius Vero, Cómodo y Septimio Severo.

Las ideas de Galeno, acordes con la filosofía de Platón, hacían énfasis en la creación por un sólo creador, razón de peso por la cual, más tarde, los pensadores cristianos y musulmanes aceptaron sus puntos de vista.

Galeno expandió sus conocimientos experimentando con animales vivos (vivisección), disecando cerdos vivos, cortándoles los nervios para probar la función conductiva.

La autoridad de Galeno, expresada en su voluminosa obra escrita, dominó la medicina occidental hasta el siglo XVI. Andreas Vesalius (1514-1564) representó el primer reto a su hegemonía. William Harvey (1578-1657) demostró la unidad de la circulación.



Siguiendo el propósito que nos hemos trazado al hacer la crítica de libros -ya que la tecnología en uso no pone límites en la extensión-,

dejemos a la autora del libro, que utiliza la ficción de la novela histórica para narrar -en párrafos escogidos al azar-, la biografía de Galeno y además lo hace asumiendo que es el propio Galeno quien lo narra para la posteridad, y así intentar introducirnos en ese mundo de luchas, guerras e intrigas que caracterizó al Imperio Romano durante su segundo siglo de existencia, observado por un testigo de excepción, tanto por su formación intelectual como por su vinculación directa en la corte imperial romana.

Copiamos textualmente párrafos del libro escogidos al azar.

Sobre su experiencia en Alejandría:

"En aquel entonces Alejandría me dejó desesperanzado en cuanto al arte médica, pero sobre todo en cuanto al sentido común de sus habitantes. Aún hoy me pregunto cómo pude quedarme allí cuatro años. Cuatro años que, si lo pienso bien, se cuentan entre los más maravillosos de mi vida …

… acabé metiéndome en un círculo vicioso gracias a Numisiano. Mejor dicho, gracias a su hijo Heracliano, puesto que Numisiano, el gran maestro, había fallecido, tal como supe al fin en la biblioteca. Muerto y enterrado antes aún de mi llegada a Alejandría …

La herencia de Numisiano comprendía, según se decía en las chismosas librerías que había cerca del Museion, más de cincuenta volúmenes de anotaciones manuscritas, además de las lecciones dirigidas a su discípulo Pélops de Esmirna y las tablas ilustradas para el gran periplo de conferencias por Grecia, que en su día había encontrado en Atenas su gloriosa conclusión. Sólo esas tablas de ilustraciones debían ser auténticas obras de arte que mostraban todos y cada uno de los músculos y los nervios del cuerpo. Había incluso quien rumoreaba algo acerca de un esqueleto que se movía gracias a un mecanismo, de forma que se podía estudiar en él el funcionamiento de unos músculos artificiales como si se estuviera delante a una persona sin piel. Esto último, con todo, lo consideré un simple rumor, habladurías de erudito como las que gustan de difundir los historiadores demasiado literarios, que le dan más importancia a la retórica y a sus bellos artificios que a la lógica, y que deberían apartar sus dedos de la ciencia. Sin embargo, aún sin contar con eso, el legado de Numisiano era legendario y a mí me parecía que valía la pena dedicarle hasta mi último esfuerzo."



Sobre el embalsamamiento en Egipto:

"Primero se extrae el cerebro por los orificios nasales con un gancho de hierro, aunque en realidad de esta forma sólo se retira una parte. El resto se limpia con unas esencias que se introducen en el cráneo.

Durante esa primera visita, no hubo forma de que Ceremón me desvelara cuáles eran esas esencias. Se entregó de lleno a las oraciones correspondientes y, mientras yo seguía contemplándolo, quedó envuelto en vapores que desprendía el incienso.

Después, con una piedra afilada de Etiopía se hace un corte a lo largo del vientre y se extraen todas las vísceras, una a una. Cuando se ha vaciado el interior y se ha lavado con vino de palma, se limpia de nuevo con especias trituradas. Entonces se rellena la cavidad con mirra y casis machacadas, para depurarla, y luego se añaden otras especias, a excepción del incienso -que de todas formas se me metía en abundancia por la nariz-, y se cose para cerrarlo de nuevo. Una vez realizado esto, se introduce el cadáver en sosa …

… se la deja aquí durante setenta días."







Médico de los gladiadores a su regreso a Pérgamo:

"El salario del que me hablaron a continuación era más que suficiente, pero no era eso lo más importante. ¡Médico de gladiadores, médico de las estrellas! Claro que eran esclavos, criminales y marginados, pero al mismo tiempo estaban en el punto de mira de la vida pública y, por lo tanto, también lo estaba todo aquel que tuviera algo que ver con ellos. Desde los golfillos hasta el arconte, todo el mundo conocía sus nombres y sus victorias, así como los puntos fuertes y las debilidades de su técnica de lucha. Todo el mundo hablaba de ellos, la gente los quería o los odiaba, todos deseaban tenerlos cerca. Y yo iba a ser su médico, iba a sumergirme en esa vida ociosa de juegos, fiestas y banquetes. ¡Oh, sí! Era más interesante que prescribir curas termales a viejos romanos con sobrepeso. Enseguida empecé a soñar con la vida frívola …"



Sobre los gladiadores de Pérgamo.

"Encadenados unos a otros, trotaban chirriando a paso acompasado al salir de sus aposentos comunes. Donde sólo podían permanecer tumbados o sentados, siempre con los grilletes. Ni uno solo de sus movimientos escapaba a la vigilancia de los guardias, quienes, durante un entrenamiento como el que comenzaba en esos momentos, se concentraban siempre en mantener la superioridad numérica y en dar la espalda a las altas rejas que rodeaban la pista, como si se tratase de una jaula de fieras … De algún modo sí era una danza que en breve habría de conducirlos a todos hasta la muerte. Esos hombres eran criminales condenados a morir a los que, aun cuando ganaran el duelo, sólo les esperaba un próximo contrincante en la arena, y después otro y otro más, hasta que sucumbiera, exhaustos. Su formación era corta, entre ellos no existían jerarquías y el orgullo de clase les quedaba muy lejos; no tenían nada más que encontrar la muerte certera en un último combate. Gruñían como perros cuando los alcanzaba el látigo y sus ojos destilaban temor y odio cuando el sudor empezaba a chorrear y su respiración se tornaba jadeante. Ellos no serían nunca mis pacientes. Mi labor consistiría tan sólo en elegir, de entre el grupo de los sentenciados, a aquellos que desde un punto de vista médico fueran suficientemente fuertes y atléticos como para ofrecer un buen espectáculo al pueblo con su muerte."



De cómo manejar una audiencia:

"Cuando volví al estrado, eché un vistazo a la concentración de influencia y riqueza que se había reunido, esos hombres y mujeres romanos de más de sesenta años que no tenían más ocupación que la de cuidar de sus cuerpos marchitos. Así pues, dejé el análisis de los masajes suaves en todas formas.

-Señorías -comencé a decir-, la medicina es básicamente la pregunta de cómo se puede prolongar la vida el máximo posible y de la forma más saludable. Es posible formar el cuerpo de una persona para obtener el máximo de sus `posibilidades, cuando está bien dotado. En mi opinión, un estilo de vida semejante debe estar libre de actividades inútiles y debe ocuparse sólo del cuerpo."



El inicio en Roma:

"Sí, claro,yo era Claudio Galeno, el famoso galeno de Pérgamo. Sin embargo, también estaban Aufidio Craso, el famoso médico de Alejandría, y Cayo Manlio, el famoso chirurgus de Atenas, además de una variedad de otros sobresalientes entendidos en medicina de todos los rincones del Imperio. Como yo, todos tenían grandes placas en sus puertas, hacían que sus esclavos desfilaran por los mercados con tablones en los que se anunciaban, y competían entre sí pronunciando discursos en pórticos al aire libre. En cada uno de ellos podía esconderse un genio, como en mi caso, o tal vez un esclavo de molinero huido que se dedicaba a la venta ambulante de los remedios caseros de su abuela, hechos a base de bosta de cocodrilo. ¿Quién iba a saberlo?

Algunos leían el estado de sus pacientes en la mano, otros en la pupila, otros en la orina, y otros más en un huevo de gallina roto o en las estrellas, ¿qué diferencia había? Los clientes codiciaban sensaciones y no eran difíciles de contentar. Tampoco existía ningún control estatal sobre la formación y la actividad médica. Allí, en Roma, lo fundamental para el éxito de un hombre eran únicamente las buenas relaciones y la comercialización de la propia fama en los círculos influyentes, si es que, como en el caso de Atalo, podía permitírselo."



Sobre el Coliseo de Roma:

"El Ludus Magnus era sólo una escuela de gladiadores, aunque la más grande, de las cuatro que se erguían al oeste del Coliseo. SAllí se entrenaban y recibían su formación por lo menos dos mil luchadores a la vez, además de otros tantos en los ludi colindantes, el de los galos, el de los dacios y el de los venatores, los especialistas en luchas con animales. Era un gran complejo habitado por un ejambre de personas que me recordaba muy poco a mi conocido reino de Pérgamo, donde con mucho había tenido que cuidar de cincuenta gladiadores a la vez.

Incluso contaban con un hospital propio y una armería ante la que nuestro almacén parecía más bien un negocio familiar. Tenían también unos pequeños barracones militares, la base de una unidad naval cuya única obligación era la de desplegar los velaria, los toldos, durante las representaciones del Coliseo. Divertir al pueblo de Roma con juegos era una sería ocupación de la administración en la que el Emperador no podía cicatear ni peculio ni atención.

Nuestro nuevo imperator, Marco Aurelio, era ciertamente ejemplar por lo que atañía a la financiación de las luchas. No obstante, durante los espectáculos, su mirada imperial -eso había podido comprobarlo en persona la última vez- a menudo descansaba en un rollo, una solicitud o un acta procesal. Me fijé en los esclavos de la administración que entraban y salían a toda prisa del palco imperial, como si fuera un palomar. A todas luces, los asuntos oficiales no se interrumpían ni un solo minuto mientras allí abajo, en la arena, corría la sangre sin que el Emperador le prestara atención …

Casi todos los médicos de los ludi de Roma eran esclavos imperiales o libertos. No había tardado en comprender que, en la capital, el puesto de médico de gladiadores era diferente al de la provincia de Pérgamo, y que aspirar a esa plaza no era adecuado para mí, un hombre libre y de ascendencia noble, por muy prominente que fuese el puesto."



Sobre Marco Cornelio Frontón, maestro del emperador Marco Aurelio:

"No estoy seguro de si la posteridad recordará a Marco Aurelio Frontón. En su época fue un famoso orador que destacó en los tribunales y en las salas de conferencias. El abuelo de Marco Aurelio lo había escogido para que educara a su nieto como futuro emperador. Con todo, la moda ha dejado obsoleto sin ninguna compasión el estilo de declamación de Frontón. Incluso su alumno preferido, para gran consternación de su viejo profesor, abandonó su disciplina principal, la retórica, e hizo de la filosofía su verdadera pasión. Los cargos estatales verdaderamente importantes, como el de procónsul de la provincia de Asia, llegaron tan tarde que la salud de Frontón, siempre quebrantada, ya no le permitió tomar posesión de ellos y hacerse un nombre como hombre de estado."



Sobre el emperador Marco Aurelio:

"-Contaba yo ocho años cuando renuncié a la vida holgada y escogí el simple atuendo del filósofo como vestimenta para el resto de mis días -empezó a explicar Marco Aurelio. Yo lo miraba asombrado, de reojo. ¿Quería el Emperador contarme la historia de su vida? Este prosiguió-: Renuncia, abstinencia, aislamiento y reflexión profunda, ése era el ideal de mi vida. Pero el destino y el emperador Adriano, a quien agradaba el muchacho meditabundo que era yo, lo quisieron de otro modo y, puesto que tengo la firme convicción de que una persona debe llevar a cabo con lealtad y sacrificio las tareas que le impone la responsabilidad del bien común, jamás me he opuesto a ello, jamás. …

… El filósofo quiere comprender, el imperator debe decidir; el filósofo quiere contemplar, el imperator debe regir. No es algo sencillo para un hombre que, de haber tenido elección, se habría convertido en eremita. Y el miedo de aquella noche es algo que a veces me parece de veras profético. El miedo y el frío de mis brazos, que ningún médico puede curar. -Entonces me miró con una sonrisa-. La obligación es inexorable, amigo mío, y jamás la desatenderé, por muy otoñal que sea mi tristeza."



"Marco Aurelio, a su manera torpe y digna, consiguió despertar en mí el anhelo de ser mejor persona, una persona más valiosa, más notable, más pura de lo que era. Oh, sabía que ese deseo padioso no me duraría mucho, pero en aquel momento me impulsaba con una fuerza increíble. De hecho, hizo que me avergonzara un poco en mí mismo, que me sintiera humilde, y al mismo tiempo apeló a un instinto de protección que nunca había conocido en mi interior. Sentía que debía proteger a esa persona noble e ingenua y sus ideales contra el mundo perverso, profano y deficiente de ahí fuera, al que yo mismo encarnaba."



Sobre la subasta de la colección privada de Marco Aurelio para financiar las guerras de Roma contra los bárbaros:

"Marco Aurelio había dicho que necesitaba dinero, y ahora se proponía conseguirlo. Al contrario que alguno de sus predecesores, no se le había ocurrido desvalijar a sus senadores, arrastrarlos con acusaciones poco convincentes ante un tribunal, condenarlos a muerte y confiscar sus propiedades, un método que ya había demostrado su éxito. Sus métodos eran honestos, modestos, mercantiles y civiles. Les faltaba el sombrío esplendor de la tiranía y, en ese día nublado, tuve la intensa sensación de que los ingratos romanos lo despreciaban por esa honestidad suya en lugar de admirarlo. No sabían apreciar su filantropía …

Pensé en que, además de hacerme un favor a mi mismo, también se lo hacía a la campaña militar al adquirir una antigua copia de La naturaleza de los hombres, de Hipócrates, que según la opinión general de los eruditos había sido terminada por su yerno Polibo y que con su descripción de los cuatro humores se contaba entre mis preferidos de la historia de la medicina."



Sobre sus actividades docentes en la Roma de Cómodo:

"Aurelia no fue mi única alumna. Mi éxito personal contribuyó a que en toda Roma se supiera que la profesión médica no era sólo para esclavos y libertos de gente rica, que conseguían así un médico para la familia, sino que también podía representar una carrera muy prometedora -y lucrativa- para ciudadanos romanos libres. Y así, con el paso del tiempo, vinieron a verme empleados y artesanos para preguntarme si no podía darles clase a sus hijos."



Sobre el emperador Cómodo (hijo y sucesor de Marco Aurelio):

"Conmigo Cómodo estaba en las mejores manos. Cuidé de su constitución y la mejoré tanto como él mismo podía desear, lo cual no resultó una tarea sencilla teniendo en cuenta la vida disoluta que llevaba. Bebía demasiado, comía demasiado, asesinaba demasiado como para poder disfrutar de buena salud. Sin embargo, yo estaba decidido a no perder el control sobre su cuerpo, puesto que de ello dependía el futuro de mi familia. Despacio y con cautela bailé con él esa danza de la muerte. Cuando Cómodo arremetiera, Aurelia y los míos tendrían que encontrarse ya fuera de su alcance, a pesar del arresto domiciliario al que casi nos tenían sometidos. O, si no, no debía recaer sobre mí ni la sombra de una sospecha. De todos modos, dudaba de que Cómodo y su camarilla, en caso de duda, se preocuparan de buscar motivos, indicios ni pruebas siquiera antes de cortarme la cabeza. Su muerte sería la mía, y la de Aurelia, así de sencillo era el pacto que me había obligado a aceptar.

Fue un pacto más duradero que muchos otros de este tipo en la corte imperial. Sí, duró años."





El Médico del Emperador es un libro de 431 páginas que nos introduce de lleno en la vida del Imperio Romano durante su segundo siglo de existencia, y nos da una descripción de la vida en sus grandes metrópolis de Alejandría, Roma y Antioquia, llevándonos hasta los brumosos campos fronterizos de batalla contra los bárbaros germanos a orillas del Danubio. Se interesa más en la vida de Galeno, que en la influyente obra escrita médica que legó a la posteridad, y que constituyó la columna vertebral de los conocimientos médicos por más de un milenio. Es una vida apasionante en un momento clave de la civilización y cultura de Occidente.

Francisco Kerdel Vegas

Los sarmatas y el Emperador Marco Aurelio

Los "sármatas" propiamente dichos comprenden un número de tribus más o menos autónomas: Alanos, Roxolanos, Yazygos, etc. A partir del 160 d.C. se aplica el término "sármata" con preferencia al término "escita".

Las tribus sármatas procedían de Asia central y representan una nueva oleada de pueblos iranios. Llevaban una vida nómada de economía básicamente pastoril. Desde el siglo IV a.C. se instalaron en la zona europea denominada por los anteriormente llamados escitas, amenazando las ciudades griegas del N. del mar del Negro. En los primeros tiempos se les llamó sauromátai y fueron temidos guerreros a causa de su bien adiestrada caballería y la eficacia de sus armas (lanza, espada, arco, armadura). En su expansión llegaron a establecerse en el Cáucaso (tribu de los alanos), y la cuenca media del Danubio (Yazygos, Roxolanos). Se enfrentaron a los romanos en diversas ocasiones, por ejemplo el emperador Marco Aurelio recibió el título de Sarmaticus por su victoria sobre ellos en el 175 d.C. En fecha posterior, también sirvieron como mercenarios dentro de las filas del ejército romano.


Atuendos sármatas según la iconografía romana

El famoso pueblo de los Sarmatas ha influenciado fuertemente tanto a sus aliados como a sus enemigos. Las cualidades guerreras de los Sarmatas, de sus ancestros, los Sauromatas, y de sus descendientes, los Alanos, han sido, a menudo, descritas por los autores antiguos.

De todas las tribus sarmáticas tal vez los alanos están entre los mejor conocidos, inicialmente se establecieron en el sur del Cáucaso y entre los siglos I a.C. y I d.C. y asaltaron reiteradamente el reino iraní de los parthos, pero al ser reemplazo este reino por el de los persas sasánidas en el 226 d.C. fueron rechazados definitivamente y se trasladaron más al norte fundando un reino entre el mar Caspio y el mar Negro. Fue en esta época cuando entraron en contacto con los godos, de hecho una parte importante de los alanos se mezcló con los godos de los Balcanes. Por ejemplo el emperador Caius Iulius Verus Maximinus (235 d.C. -238 d.C.), nacido en Tracia era de padre godo y madre alana. Pero hacia el 374 d.C. los hunos asaltaron y destruyeron el imperio alano. Después de este descalabro importantes contingentes de alanos vagaron por occidente sin conseguir formar un nuevo estado nacional. Uno de estos grupos capitaneados por el jefe Respentialis se unió a los vándalos y suevos y con ellos penetró en Hispania (409 d.C.) y se establecieron en Lusitania y la Carthaginense, pero entre el 416 d.C. y el 418 d.C. los visigodos que actuaban como federados de Roma los destruyeron. Los restos del desgraciado pueblo alano se unieron a los vándalos asdingos, a quienes siguieron en su marcha por Galicia, Andalucía y N. de África, fusionándose con estos germanos. Algunos grupos que habían quedado en Europa se refugiaron el la Gallia. El más importante de estos grupos dirigido por el jefe Goar, pasó al servicio de los romanos en Renania. Y con la ayuda de este caudillo Goar los galorromanos pudieron obligar a Atila a levantar el asedio de Orleans. Y volvieron a luchar contra los hunos del lado de romanos y visigodos en el Campus Mauriacus (451 d.C.). Con posterioridad a esta fecha los alanos que fueron acantonados en la Gallia no cumplieron con el foedus firmado con Roma y se lanzaron con sus rebaños al saqueo y la ocupación de nuevas tierras. Durante la segunda mitad del s. V y la primera del s. VI fueron en parte destruidos y en parte asimilados a la población de la Gallia.



Bibliografia:

Días del futuro pasado » Blog Archive » La Ruta de los Jázaros

Fuente: "Fisicanet"

Pensamientos


Escrita durante sus campañas militares, hace gala del estoicismo, influido por Séneca y Epicteto, a través de expresiones de moral elevada como:

“Yo recorro las etapas fijadas por la Naturaleza, hasta que caiga y repose, cuando devuelva mi soplo a este aire que respiro todos los días, cuando caiga sobre la tierra de donde mi padre ha tomado mi germen, mi madre mi sangre, mi nodriza su leche, que me da diariamente, después de tantos años, mi alimento y mi bebida, que me soporta cuando camino y de la cual recibo tantos beneficios.” (Pensamientos, V, 4)

“¿Has visto alguna vez una mano cortada, un pie, una cabeza despegada y caída a alguna distancia del resto del cuerpo? Eso hace de sí mismo, en la medida de sus medios, el hombre que no acepta lo que ocurre, que se separa del todo o realiza alguna acción contraria al interés común. Te has arrojado fuera de la unión natural pues formabas parte de ella desde el nacimiento y ahora, por tí mismo, te has separado. Pero esto es lo admirable:te es posible reunirte al todo de nuevo. El hombre es el único ser a quien Dios haya dado el privilegio de poder reingresar en el todo después de haberse separado y arrancado.” (Pensamiento, VIII, 34)

Los Pensamientos no fueron escritos con la intención de publicarlos. Se trataba, más bien, de un conjunto de reflexiones personales para afrontar la adversidad con fortaleza y serenidad, siendo sus temas la moral y el sentido de la vida.

Descubierta una escultura colosal del emperador Marco Aurelio en unas excavaciones en Turquía



La colosal estatua de Marco Aurelio ha sido descubierta en la antigua ciudad romana de Sagalassos.SAGALASSOS ARCHAELOGICAL RESEARCH PROJECT

* La cabeza de la estatua mide 80 centímetros y pesa 350 kilos
* Ha sido hallada en las excavaciones de la antigua ciudad romana de Sagalassos
* Los arqueólogos de la Universidad Católica de Lovaina destacan su importancia
* En la zona se han encontrado restos de estatuas de la dinastía Antonina





EFE ESTAMBUL (TURQUÍA) 26.08.2008Un grupo de arqueólogos ha descubierto en Turquía una colosal estatua del emperador romano Marco Aurelio, cuya cabeza mide 80 centímetros y pesa 350 kilos, según ha confirmado el director de la excavación, Marc Wealkens.

El equipo arqueológico de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) realizó este hallazgo la pasada semana en la antigua ciudad romana de Sagalassos, situada en la cordillera de Taurus (sur de Turquía), donde los investigadores trabajan desde los años 90.

El profesor Wealkens ha explicado que la importancia del descubrimiento de la estatua radica, por un lado, en "la perfección con que está tallada". Además, forma parte de un colosal grupo de estatuas de varios miembros de la dinastía Antonina, de origen hispánico, que reinó en el Imperio Romano entre los años 96 y 192 de nuestra era, lo que la convirtió en la familia más longeva al frente de Roma y que dio a algunos de los gobernantes mejor valorados de la historia de ese imperio.

Marco Aurelio, nacido el 121 d.C, fue considerado el último de los 'Cinco Emperadores Buenos' de Roma y reinó casi dos décadas desde el año 161 hasta su muerte en el 180.

Por sus dotes de filósofo -fue uno de los máximos exponentes del estoicismo- y correcto dirigente fue apodado 'El Sabio' y su legado se resume en las 'Meditaciones', elogiada obra que trata del gobierno ideal.



Restos de otras estatuas

En julio de 2007 el equipo arqueológico belga también halló los restos de una representación del emperador Adriano (que gobernó entre los años 117 y 138 d.C.). De la magnitud de la estatua original de Adriano nos da una idea el tamaño de los pedazos rescatados: sólo su cabeza mide 70 centímetros y la parte inferior de la pierna, entre rodilla y tobillo, un metro y medio.

Asimismo, hace tan sólo unas semanas se rescató la cabeza prácticamente intacta de Faustina la Mayor, mujer del emperador Antonino Pío, que gobernó entre 138 y 161.

Se calcula que estas estatuas tenían una altura de entre cuatro y cinco metros antes de que un terremoto en el siglo IV redujera a escombros las termas en las que se encontraban y una plaga diezmara a la población local y provocara el posterior abandono de la localidad romana.

Considerada una de las ciudades de la Antigüedad mejor conservadas del mundo, las ruinas de Sagalassos se yerguen entre las rocas de los montes Taurus situadas por encima de los 1.400 metros de altitud.

Sus restos fueron descubiertos para el público europeo a inicios del siglo XVIII por el explorador francés Paul Lucas, quien creyó hallarse ante una ciudad fantástica "habitada por hadas", según explican los investigadores belgas en su página web.

Además de los restos romanos, existen indicios de asentamientos humanos desde hace 10.000 años y se sabe que la ciudad de Sagalassos era la más próspera de la antigua región de Pisidia cuando fue conquistada por Alejandro Magno en el siglo IV a.C.

A comienzos de nuestra era el Imperio Romano absorbió esta zona y el emperador Adriano nombró a Sagalassos capital de Pisidia y centro del "culto al emperador", por lo que se entiende la devoción por la dinastía Antonina y la presencia de tamaño grupo escultórico.

Sala de los Emperadores

"Las estatuas de Marco Aurelio, Adriano y Faustina se encuentran en lo que se suele denominar Sala de los Emperadores de las termas romanas, que normalmente estaba dedicada al gobernante del imperio", ha aclarado Wealkens.

Esta 'Sala de los Emperadores' correspondía probablemente, ha dicho el profesor belga, al 'frigidarium' o zona fría de las termas, que en el caso de los baños de Sagalassos se trata de una habitación con forma de cruz de unos 1.250 metros cuadrados y cubierta de mosaicos.

Según la Universidad Católica de Lovaina, el inicio de la construcción de estos baños romanos puede datarse a principios del reinado de Adriano (aunque no fue completado hasta varias décadas después), al igual que el santuario del culto a los emperadores Adriano y Antonino Pío, también hallado en Sagalassos.

Los arqueólogos belgas creen que, según los demás restos encontrados -dos pies femeninos y un vestido-, aún podrían hallarse nuevas figuras de personas pertenecientes al entorno de Adriano, como su mujer Vibia Sabina, forzada a casarse con él a los 14 años, o Antinoos, el amante del emperador.

FUENTE: http://www.rtve.es/noticias/20080826/descubierta-una-escultura-colosal-del-emperador-marco-aurelio-unas-excavaciones-turquia/144191.shtml

FRASES DEL FILOSOFO Y EMPERADOR MARCO AURELIO



"El verdadero modo de vengarse

de un enemigo es no parecérsele"





"De las cosas que tienes, escoge las mejores

y después medita cuán afanosamente

las hubieras buscado si no las tuvieras"





"El tiempo es como un río

que arrastra rápidamente todo lo que nace"





"El verdadero placer de un hombre

es hacer las cosas para las que fue hecho"





Marco Aurelio

Emperador Marco Aurelio



En pocos hombres se ha dado una relación tan íntima entre acción y pensamiento como en el emperador Marco Aurelio, el “alma más noble que haya existido”, en expresión de Hipólito Taime. No puede comprender el ejemplo de su vida si se ignora los principios en los que echó raíces, ni es dable apreciar en su justo valor la enseñanza vital que nos legó, en sus soliloquios si se desconoce el comentario que les fue pergeñando con su diario vivir, a lo largo de las fases de su incómoda existencia. Una biografía de Marco Aurelio, por somera que sea, es introducción indispensable a la mejor inteligencia de ese diario intimo que son sus Soliloquios, especie de meditaciones dedicadas “a sí mismo”, que suele conocerse también con el titulo de Pensamientos. Escrito en más de una ocasión en la tienda de campaña, entre uno y otro combate contra el bárbaro invasor, es el fruto de los exámenes de conciencia a que solía someterse, haciendo un alto a sus tareas de emperador, para calibrar sus progresos en el ejercicio de la virtud.



Marco Aurelio nació en Roma, el 26 de abril del año 121 de la Era cristiana durante el segundo consulado de su abuelo. Su bisabuelo era oriundo de Succubo, en la provincia española de la Bética; fue el primero de su linaje en trasladarse a la urbe, donde llegó a alcanzar la dignidad de pretor. El hecho de que la familia procediese de la actual Andalucía confiere verosimilitud al parentesco de Marco Aurelio con el emperador Adriano, originario de Itálica, en esa misma provincia. Por otra parte, Marco estaba también emparentado con Antonia Pío, a través de la mujer de éste, Ania Galeria Faustina.

Marco Aurelio recibió a su nacimiento, con el praenomen de Marcus, el nombre de su abuelo materno, Catilius Severus. A la muerte de su padre llevó el de Marcus Anius Verus. Convertido en emperador se hizo llamar Marcus Aurelius Antoninus. Comúnmente se le conoce como Marco Aurelio.

La familia del futuro emperador, establecía ya en Roma, habitaba en el monte Celio una suntuosa mansión circundada de jardines. Marco Aurelio perdió prematuramente a su padre Anio Vero, más no tanto que no recordara su “modestia y varonil carácter”. En su educación de adolescente desempeño importante papel el ejemplo viviente de su abuelo, hombre imperturbable y de honestas costumbres. De su madre, Domicia Lucila, aprendió a ser liberal y generoso, a menospreciar el lujo y a vivir con frugalidad, a abstenerse no sólo de hacer el mal, pero hasta de dar cabida a los malos pensamientos. Aquella noble y rica romana aunaba a su belleza corporal el encanto de un espíritu cultivado. Manejaba con tal perfección la lengua griega que el propio Frontón, tan erudito y elegante, se sentía cohibido cuando le escribía en aquel idioma. Temerosa de que a su hijo, que había nacido enclenque, pudiesen perjudicarle la rudeza y la promiscuidad de las escuelas públicas, evitó Domicia que las frecuentara y le educó en el seno del hogar con el concurso de los más selectos profesores.

Ya su ayo le acostumbró, desde pequeño, a no apasionarse por los espectáculos circenses, al contentarse con poco, a hacer las cosas por sí mismo, a no comprender demasiados trabajos a la vez, a no prestar oídos a chismes y calumnias.


No obstante su frágil salud, pudo, merced a la sobriedad de su régimen y la regularidad de sus costumbres, soportar una vida de trabajo y de fatiga. Desarrolló su naturaleza con una educación esencialmente naturista, en el mar, en el campo, en la montaña. Al propio tiempo se le trazó un amplio plan de estudios y de ejercicios, que iba desde el juego de pelota hasta la retórica, desde el arte de cazar jabalíes, deporte favorito de su adolescencia, hasta el cultivo de la filosofía. Con tal método pedagógico atendió tanto a la más completa formación de su espíritu como al armonioso desarrollo de sus miembros. Y ya desde su infancia llamó la atención el futuro emperador por su gravedad natural, por si sinceridad sin restricciones -que movió al propio Adriano a jugar con el nombre que entonces llevaba Marco Aurelio, llamándole Verissimus en lugar de Verus-, por acrecentarse con los años, por los estudios filosóficos.

Caballero a los seis años, miembro del colegio de los sacerdotes a los ocho, al cumplir los doce se obstinó en cambiar la toga blanca y bordad de púrpura que vestían los hijos de los patricios por el manto de grosera lana que distinguía a los filósofos. Y, a despecho de su salud precaria, se empecinó en vivir en consonancia con las normas austeras y rigurosas del ascetismo estoico.

A la educación literaria propia de la época, consistente en la lectura y comentario de los poetas y de los grandes prosistas, añadió Marco Aurelio la formación estética que proporcionan la música, el canto y la danza. Diognetes, un maestro pintor estoico le mostró cuánto servía el estudio de los colores y las formas para admirar y entender las obras de la naturaleza.

Un tal Alejandro le dio clases de gramática, al par que le aconsejaba no agraviar a nadie a causa de un solecismo, y Herodes Ático el orador más ilustre de su tiempo, lo ejercitó en la elocuencia griega. El derecho lo estudió con Volusio Metiano, jurista que gozó de gran consideración en sus días.

De sus maestros de retórica, el más ilustre y más querido fue Cornelio Frontón, que lo formó desde su adolescencia en el arte de hablar y de escribir y siguió influyendo en él hasta la madurez del discípulo. De este hombre incorruptible aprendió que la tiranía engendra la falsedad y la envidia y que los aristócratas valen, por lo común, menos que los demás ciudadanos. La amistad entre estos dos espíritus señeros no se amenguó ni siquiera por el hecho de que Frontón, orador apasionado por su arte, desplegó vanos esfuerzos por conquistar a su alumno para la retórica, sustrayéndolo al estudio de a filosofía.

Porque ésta, que no las letras ni las artes, era la que solicitaba la voluntad del futuro emperador desde su más Temprana edad. Y como, el espíritu de su época y las aspiraciones del medio en que vivía propendían fuertemente al estoicismo, fue a esa doctrina tan adecuada l robusto y activo temperamento de los romanos, a la que se adhirió; arco Aurelio. Sin menospreciar las enseñanzas del platonismo y del peripatetismo, que le imbuyeron. Máximo de Tiro y Claudio Severo sus maestros favoritos fueron, sin embargo, los representantes de la doctrina del Pórtico.

Junio Rústico, miembro de una ilustre familia romana, lo arrancó definitivamente de los estudios retóricos para afianzarlo en la disciplina estoica. Conforme a ese espíritu le enseñó a corregir el propio carácter, a vigilar las naturales inclinaciones, a no con entusiasmarse por la sofistica, a no hacer ostentación de su actividad pública, a no conceder importancia al atuendo ni a mil otras vanidades, a leer con atención, a escribir sin afectación a mostrarse siempre dispuesto al perdón y a la indulgencia. Por Epicteto. Marco tuvo siempre a Rústico en alta estima. Le consultaba sobre problemas de Estado; saltándose el protocolo, le saludaba al encontrarlo antes que a los oficiales y cortesanos; lo elevó en dos ocasiones a la dignidad consular y le confió durante muchos años el importante cargo de prefecto de Roma.

Estoico era también Apolonio de Calcedonia, a quien Antonio hizo llamar de Siria a Roma. Hombre decidido, sin dejar de ser moderado, paciente y modesto, le enseñó a vivir libre y animoso a dejarse guiar por la razón y a conservar un ánimo siempre igual ante la adversidad y la desgracia.



En la filosofía de la Estoa fue asimismo adoctrinado por un sobrino de Plutarco, Sexto de Queronea, quien le aclaró en particular la noción de vivir de acuerdo con la naturaleza; por Cina Catulo, que le inculcó el culto por la amistad y el amor a los niños; por Claudio Máximo, hombre de dulce carácter, cónsul, legado en Panonia, y procónsul en África, cuyo conocimiento, así como el de Rústico y Apolonio, agradecía Marco Aurelio sinceramente a los dioses.

Antes de morir el emperador Adriano designó como sucesor suyo a Antonio, a quien la posteridad conocerá con el apodo de “el piados”. Y como éste no tuviera hijos, le pidió que adoptara a Marco Aurelio y a su propio vástago, Lucio Vero.

Pocos hombres ejercieron sobre nuestro futuro emperador una influencia espiritual más intensa que si tío político y padre adoptivo Antonio Pío. A nadie, ni siquiera a los dioses, consagra Marco en su obra tan conmovido y extenso reconocimiento. De él aprendió a ser clemente y, sin embargo, inquebrantablemente firme en la ejecución de las decisiones adoptadas tras un maduro examen. Él le enseñó a mostrarse indiferente a los honores, a amar el trabajo y la constancia, a estar siempre dispuesto a escuchar un buen consejo, a retribuir a cada uno según los méritos, a apreciar la sociabilidad y muchas otras cosas más. Durante los 23 años del gobierno del sucesor Adriano, lo más felices de Roma, pudo Marco Aurelio aprender a fondo el arte de gobernar y respirar la suavitas morum de su tío.

Desde que ascendió al trono Antonio en el año de 138, quedó Marco Aurelio vinculado a él en el aprendizaje de la virtud imperial. Investido con el titulo de Cesar, es decir, de príncipe heredero, hubo de dejar los jardines de Celio y trasladarse a vivir al monte Palatino. Contrajo matrimonio con Faustina, hija de Antonio, de la que tendrá numerosos hijos y, hasta la muerte de su suegro en 161, dividió el tiempo que no consagraba a su familia entre los asuntos del Estado y la dedicación a la filosofía.

Cuando sintió Antonio que se acercaba su última hora, hizo que trasladasen los aposentos de su hijo adoptivo, la estatua de oro de la Victoria, o Fortuna, genio tutelar del poder imperial. Simbolizaba el traspaso de poderes. Quedaba así excluido el mando supremo Lucio Vero, el otro hijo adoptivo de Antonio, a quien éste no había mencionado en sus decisiones. Contaba entonces Marco Aurelio 40 años. Lo primero que hizo al ser proclamado emperador fue conferir a su hermano adoptivo el título de Augusto, asociándolo en pie de igualdad completa, empeñado en compartir con él el poder imperial, no sólo por lealtad a la memoria de Adriano, sino también porque deseaba disponer de tiempo para atender su salud y dedicarse al estudio de la filosofía. Más tarde le concedió la mano de su hija mayor Lucila.

El ejercicio del mando supremo en nada alteró los hábitos ni el modo de ser de aquel hombre sencillo, familiar, asequible, de aquella alma recta, de aquel corazón generoso que era Marco Aurelio. Insensible a los halagos del placer y de la gloria, supo seguir en todo instante la pauta del deber. A las preocupaciones inherentes a su alta investidura no tardaron en sumarse las tristezas derivadas de los duelos, las calamidades, las epidemias, las guerras. No fue su reinado el periodo de paz imperturbada que él hubiera deseado. En aquello que cayó bajo su arbitro gozó Roma de uno de sus periodos más felices, mas en lo que escapó a su decisión abundaron los desastres.

En el primer año de su gobierno se vio asolada Roma por una seria inundación del Tiber. A los estragos causados por las aguas en la ciudad y en la camina siguieron los producidos por los temblores de tierra. Los partos irrumpieron en Armenia y amenazaron con invadir Siria. Para detenerlos confió el mando de las legiones sirias a un general tan hábil como ambicioso y cruel, Avidio Casio, envió a su colega imperial a pacificar el Oriente. Ganada esta guerra, más por el arrojo de las armas romanas que por la destreza de Lucio Vero, las tropas que retornaban de Orienten aportaron los gérmenes de una peste que se propagó hasta el Rhin; las calles de Roma viéronse cubiertas de cadáveres y en las aldeas sucumbían por igual bestias y gente.

A la epidemia y al hambre siguió la insurrección de los marcomanos, pueblo bárbaro de la Germania del Sur, que aliados con otras tribus invadieron la Nórica y la Retia. La simple aparición del ejército romano bastó, por esta vez, para contener al invasor; negoció con el emperador y volvió a cruzar el Danubio. Estimando que la retirada de aquellas hordas tenia todas las trazas de una finta, decidió llevar más adelante su expedición defensiva Marco Aurelio. Fortificó los Alpes, inspeccionó las fronteras, reparó los caminos, llegó hasta el Rhin. Regresó, en pleno invierno a Roma, atravesando toda Venecia. Lucio Vero enfermó y falleció en el trayecto antes de cumplir los 40 años. El emperador condujo consigo el cuerpo de su hermano adoptivo para que se le dedicaran en Roma suntuosos funerales. Y, en su ingenua admiración filosófica por la virtud, aprovechó la ocasión para casar a la viuda Lucila con Pompeyano, a quien consideraba el hombre más justo del imperio.

Los bárbaros, por supuesto, hicieron poco caso de los tratados y se aprestaron a nuevas invasiones. Seria prolijo consignar las varias alternativas de esa lucha, que llegó a alcanzar perfiles de tragedia, con un frente de batalla que se extendía a lo largo del Danubio, desde las costas del mar Negro hasta las fuentes del Rhin.



En el 175, derrotados por completo, pidieron la paz de nuevo aquellos conglomerados de los pueblos bárbaros. Cuando estaba organizado los frutos de sus victorias fue informado Marco Aurelio de que se había sublevado Avidio Casio. Éste debelador de los partos y gobernador de Siria había hecho correr el rumor de que el emperador había muerto y las legiones a sus ordenes le habían proclamado sucesor. Antioquia y Alejandría, las ricas capitales de Siria y de Egipto, estaban ya por él. Para acabar con esta discordia inesperada, que amenazaba desgarrar la unidad del Imperio, partió Marco Aurelio a Oriente dispuesto a parlamentar con el usurpador y a “cederle el Imperio sin tener que desvainar la espada, si el Senado o sus tropas convenían en que eso era lo mejor para bien público”. Si no que, apenas se enteraron los soldados de Casio de que estaba vivo Marco Aurelio y de que habían sido engañados por su general, le dieron muerte. Ante los oficiales que cortaron su cabeza para ofrecérsela como presente, deploró el emperador que no le hubiesen dejado con vida para perdonarle y haber podido hacer un amigo ingrato. El perdón que no alcanzó a conceder a Casio se lo otorgó a las legiones sublevadas y a los amigos cómplices y parientes del culpable.

Sofocada la revuelta siguió viaje por diversas regiones del Oriente. En el otoño de 175 falleció su esposa que le acompañaba, aquella “madre tierna y piadosa” que le había dado trece hijos. El lugar mismo de su muerte edificó su tumba y un templo que perpetuase su memoria. Regresó por Atenas, donde se hizo iniciar en los misterios de Eleusis, y testimonió de mil maneras su reconocimiento y su veneración hacia aquella ciudad capital, por tantos títulos, de la sabiduría. Y una vez en Roma celebró si triunfo, mas como aún guardaba luto por Faustina no quiso subir con Cómodo al carro triunfal, sino que le siguió a pie sin ningún aparato.



Su permanencia en Atenas acrecentó, si cabe, su afición a la filosofía. Se entregó con más ardor a su estudio, sin descuidar os intereses del Estado. No tardaron en resurgir conflictos bélicos, tan ajenos a su manera de ser. Una repentina erupción de la barbarie germánica devastó esta vez la Panonia a mediados del 178. Retrocedieron las legiones y hubo de infundirles ánimo la presencia del emperador. Bien poco sabemos de esta tercera campaña. Continuó dirigiendo las hostilidades hasta que a fines del invierno del 180 lo alcanzó la epidemia que diezmaba a su ejercito. Antes de morir, en Sirmio o en Viena, recomendó a su hijo y sucesor a los miembros de su Consejo a sus compañeros de armas. Como las lágrimas surcaron los rostros de aquellos rudos combatientes, les interpeló Marco Aurelio. “¿Por qué lloráis? ¿No sabéis que no hago más que ir delante de vosotros a donde todos me volveréis a encontrar?” Murió el 19 de abril del 180, a la edad de 58 años.

Tal fue la vida y la muerte de aquel emperador, todo bondad, cuyos 19 años de reinado constituyeron uno de los periodos más calamitosos del Imperio, por causas del todo ajenas a su voluntad. A aquel espíritu universal, tan amante de la paz y de la meditación, confióle el destino una misión gravosa y una existencia sin reposo. Mas a la ininterrumpida cadena de guerras y calamidades que devastó el Imperio supo oponer la serena fortaleza del carácter moral y del sentimiento del deber. Aquel señor del mundo vióse precisado a vender en cierto momento en pública subasta los tesoros imperiales para hacer frente a los gastos ocasionados por la formación de un ejercito de esclavos, gladiadores y evadidos, destinado a la campaña contra los marcomanos y cuados. Desconcertante resulta la realidad de un hombre que rige los destinos de tan vasto Imperio y no dispone de una hora de paz en su pretorio ambulante. Con todo, escribe durante las horas de la noche, impulsado por un hábito contraído de muy joven, sus reflexiones sobre sí mismo y ante su conciencia. En Carnunto, como para evadirse del tumulto de sus jornadas plenas, vividas peleando, compone sus Soliloquios, esa admirable suma de experiencias y de vida, ese incomparable manual de conducta.



A pesar de que, en su modestia de filosofo y en su realismo de gobernante jamás se forjó ilusiones de poder realizar en este mundo la República de Platón, pocos han hecho tanto como él por encarnar un determinado ideal filosófico en su pueblo. Se esforzó por mejorar la condición de los esclavos, elevó la capacidad jurídica de la mujer, suavizó la dureza del derecho penal, alivió las cargas de la parte más menesterosa de la población, trato con equidad a las provincias, instituyó asilos públicos para la niñez desvalida, atenuó con equidad la crueldad de los espectáculos circenses y no perdonó ocasión para mostrar el desprecio que le inspiraban, protegió y favoreció a los filósofos, creando cátedras de filosofía sostenida por el Estado.

En las reflexiones de Marco Aurelio pasan lista de presentes casi todos los temas estoicos, con especial influencia de Epicteto. Menudean los reclamos a la interioridad: el bien habita dentro de nosotros; en vano lo buscaremos en el eterno fluir de la realidad múltiple. Hay que independizarse de las cosas externas a nosotros; la plenitud de la vida se realiza en la posesión de uno mismo, renunciando definitivamente al mundo de las pasiones y de la exterioridad. “Cava en ti mismo; dentro está la fuente de todo bien”. Vana e ilusoria es cualquier evasión: ” Van buscando retiro por el campo, por el mar, por la montaña; tú mismo sueles añorar tales lugares. Lo cual es propio de gente muy ignorante, pudiendo, a la hora que quieras recogerte en ti mismo. Porque en ningún otro lugar se encuentra el hombre con mayor tranquilidad y con menos afanes que en su alma.” La mente humana no debe aturdirse ni dejarse engañar por la seducción mundana, sino seguir sencillamente los llamados interiores, que pueden resumirse en esto: sobre toda realidad vela una voluntad providente.

Atenerse a las exhortaciones de la conciencia significa atenerse a los preceptos divinos, vivir en relación con Dios. En esto estriba la felicidad, en objetivarse el hombre, reconcentrado en sí mismo, en Dios. Y, aunque Dios no existiera y fuese únicamente una ilusión, una exigencia del espíritu humano, resultaría igualmente justificada la renuncia y la resignación del sabio, aquella sublime indiferencia ante los acontecimientos que constituye, para Marco Aurelio como para todo el estoicismo, el fin de la vida humana. “Si hay un Dios todo está bien, y si el mundo es regido por el azar procura no regirte por el azar a ti mismo.”Pero es obvio que Marco Aurelio cree en la presencia inmanente de la divinidad, panteístamente considerada, en la humanidad antes que en cualquier otro sitio del universo. Vivir conforme al querer divino es amar a la humanidad y prodigarse a favor de ella; motivo éste que aproxima a Marco Aurelio al Cristianismo.



El hombre será sabio y feliz si rodea del mismo amor a todos sus semejantes, sin excluir a los débiles, a los equivocados, a los ingratos, ni siquiera a los enemigos, De él se exige una generosidad sin límites. “Es propio del hombre amar incluso a quien le golpea. Recuerda que todos los hombres son parientes, que pecan por ignorancia y sin querer, que la muerte es asunto de todos y, sobre todo, que nadie puede dañarte, porque nadie puede hacer mella en tu razón.” No se trata, pues, tan sólo de soportar al prójimo, sino de educarlo mediante la comprensión de su debilidad y con la constancia del ejemplo. El gozo del hombre ha de brotar, ante todo, de llevar a cabo acciones que sean útiles a la humanidad errante y doliente. El pensamiento de la muerte debe reforzar en nosotros el propósito de obrar bien. “En cada uno de tus actos pregúntate a ti mismo: ¿Qué tiene que ver esto conmigo?¿No tendré que arrepentirme dé ello? Dentro de poco estaré muerto y toso habrá acabado. Si lo que estoy haciendo ahora es conforme a la naturaleza de un ser inteligente, semejante a Dios, ¿qué más puedo pedir?”

“Estúpido es el temor a la muerte. La muerte es un misterio sagrado de la naturaleza y hay que disponerse conscientemente a recibirla. Vano es pretender modificar el curso predestinado de las cosas; lo deseable es aceptarlo de buen grado, sin aspavientos, ni amargura. Cada instante de la vida es un adecuarse del mundo a la voluntad divina; de ahí que el hombre, poseedor de inteligencia, no deba limitarse a sufrir pasivamente el flujo de la realidad, sino que tiene que empeñarse en superar los errores y prejuicios, acuciado por la íntima convicción de que la vida es un donde Dios.”



En Marco Aurelio encontramos dignamente realizada la síntesis de teoría y de práctica a que aspiraba el mundo romano, aportando su espíritu eminentemente práctico a la sabiduría contemplativa de los griegos. Pero el emperador filósofo no es demasiado representativo de la escuela. En contraposición con los antiguos maestros, se le escapa la interrelación de la ética y de la física en la Estoa.

Es, además, un pensador retraído, por lo que sólo influyó en círculos reducidos y aristocráticos. Su escepticismo y su alto rango imperial eran incompensables con la popularidad, rasgo car4acteristico de Zenón y sus discípulos instalados al aire libre en la Stoá Poikilé. No puede, ni con mucho, compararse en este aspecto con las figuras conocidas e influyentes de Séneca y de Epicteto.



De Séneca, sobre todo, que supo dialogar con el pueblo tanto como los maestros más oídos. Quintiliano le censura, así como a la juventud de su tiempo, por circular sus escritos en manos de todos con detrimento de la pureza estilística. Pero históricamente lo decisivo es que mientras Nerón obtenía triunfos efímeros, políticamente organizados, en las ciudades griegas, Séneca era el pensador admirado por el Occidente, en el momento en que empezaba a independizarse de la hegemonía cultural helénica.



A Marco Aurelio se le llama “el ultimo de los estoicos”. Pero en siglo más tarde Porfirio y Longino hablan todavía de estoicos contemporáneos. En Atenas, Trifón “estoico y platónico” veía en Plotino un plagiario de Numenio. Y en carta al mismo Porfirio habla Longino de los estoicos Temístocles, Febión, Annio y Medio.

Casi quinientos años duró, pues, la vigencia de la escuela estoica como tal. Pero su influencia se ha prolongado mucho más. Por algunos de sus rasgos, que se fueron acentuando más y más en las postrimerías, como son el espíritu de solidaridad humana, su idea de la religión y de la Providencia y su profundo interés ético, se fue convirtiendo en una de las expresiones más maduras del mundo grecorromano. Y de las más afines al Cristianismo, del cual se puede afirmar que hay en esos rasgos un presentimiento y una preparación. La leyenda misma de la correspondencia entre Séneca y San Pablo tiene, sin duda, su origen en esta semejanza de doctrina, que la leyenda interpreta y expresa en un hecho concreto.



Incalculable ha sido la fascinación que en todo tiempo ha ejercido en Occidente el ideal estoico. Ya dijimos que en Roma, especialmente en los siglos del Imperio, fue el estoicismo una escuela de coherencia moral, que sólo cedió su puesto a la más alta y plena coherencia y a la fuerza espiritual del Cristianismo. Los maestros del estoicismo romano eran todavía tales a lo largo de toda La Edad Media, cuya veneración por Séneca es de sobra conocida. Y entre los filones filosóficos que descubrirá el Renacimiento no podía faltar el de la Estoa, que dará pronto lugar a un “estoicismo cristiano”. La idea estoica de la liberación de las pasiones por la razón y la virtud es una dimensión constitutiva y eterna del ethos.

Reflexiones, meditaciones o soliloquios: una retirada hacia sí mismo, por Marco Aurelio.


Ha sido, y sigue siendo, el libro de cabecera de muchos presidentes de estado, pero seguramente sean faroles. Si realmente hubiera sido así hubiesen gobernado de distinta manera. Un poco a la imagen de este gran hombre, emperador del Imperio Romano allá por el siglo segundo de nuestra era. Coinciden muchas historias y novelas en situar tras la muerte de éste la decadencia del imperio. Como decimos, son solo historias y novelas, pero este gran personaje legó para la posteridad una obra cumbre: sus reflexiones o meditaciones, título de difícil traducción, pues ¿se puede traducir la hondura y los pensamientos intimistas en una sola palabra castellana?

Estamos ante todo ante una empresa fácil: la de hablar de este libro.

Y los que no lo conozcan lo tendrán aún más sencillo: Leerlo.

Atentos:

La obra se puede ojear, descifrar; leer, releer. Hoy la página decimoquinta, mañana la trigesimocuarta y dentro de un mes la tercera. Podemos empezar por el final y terminar por la mitad. Recordarlo para volverlo a olvidar. Y todas estas cosas se pueden hacer en pequeñas o grandes dosis, siempre que queramos.

¿Y por qué?

Sobre todo porque es un buen libro, y porque, de manera amena y comprensible, nos cuenta cosas humanas, nos ayuda a comprender unas pautas vitales para aceptarlas o rechazarlas una vez meditadas, pues él no debe de ser el único en reflexionar, claro. Nos da sobre todo un punto de vista, un punto de partida.
La obra, como su título indica, es un conjunto de reflexiones, de sentencias, de pensamientos…, en los cuales Marco Aurelio nos susurra a veces y otras grita:
“Nadie pierde otra vida que la que vive, y no se vive más vida que la que se pierde, aunque vivieras tres mil años o treinta mil (…) tanto pierde el que vive mucho como el que poco, porque lo único que perdemos es el presente, lo único que tenemos. Lo que no tienes no se puede perder”.

Por ello añade:
“Actúa, habla y piensa como si fueras a abandonar la vida en cualquier momento.”
¿Y qué puede hacer el hombre ante tanta celeridad?:
“Roba tiempo para aprender algo bueno y deja de dar vueltas. Tampoco te desvíes como quienes a fuerza de inactividad están cansados de vivir y carecen de un punto al que dirigir sus esfuerzos y sus ideas.”

Aprender algo bueno, ni que fuera fácil:
“Ahonda en el interior, porque ahí está la fuente del bien. Ésta brotará sin cesar si no dejas de ahondar . (…) Afortunado significa que se tiene una buena fortuna, y una buena fortuna son las buenas inclinaciones del alma, los buenos impulsos, las buenas acciones.”

Pero… :
“ya no discutas más qué es un hombre bueno: sé uno”.

Bueno, de acuerdo. Él es así de bondadoso y recto. Él es un estoico:
“Recuerda que solo se vive el presente, este instante fugaz. Lo demás o se ha vivido o es incierto. La vida es breve”. “El mundo solo es cambio; la vida no es más que opinión (Demócrito)”

Interesante.
Opinión: parecer. Todo es pasado o futuro y todo cambia, luego lo que acabo de hacer en unos segundos ya no es un acto. Ha quedado en mí como opinión de él. Empiezo a comprenderle:
“Sin opinión no hay posibilidad de sufrir daño; sin posibilidad de sufrir daño no hay daño”.

Está claro:
“Cuando te aflija un dolor piensa en esto: no es malo, no lesiona la inteligencia que me dirige, pues no corrompe (…) En los mayores dolores, estas palabras de Epicuro pueden serte de ayuda: el dolor no es ni insoportable ni eterno, si recuerdas sus límites y no imaginas más de lo que es”

Lo que tú consideres impropio siempre lo puedes rechazar, pues ya pasó; es un momento acabado. No te debe afectar, y con autocontrol lo evitas. Y con inteligencia.
“Te matan, te cortan en pedazos, te persiguen con maldiciones. ¿debe esto afectar a tu inteligencia pura, sabia, equilibrada y justa? Es como si alguien insultara a una fuente cristalina y fresca. No por eso dejaría de manar agua potable. Si le echan barro o basura, lo diluirá con rapidez, lo arrastrará y quedará limpio de nuevo. ¿Cómo puedes tener en ti una fuente inagotable? Desarrolla tu independencia constantemente, con amabilidad, sinceridad y humildad.”

No logro entenderlo. A ver si con otro ejemplo:
”Lo bello, para serlo, no necesita de elogios: se basta a sí mismo. (…) ¿qué necesita lo que es realmente bello? Lo mismo que la ley, la verdad, la bondad y la honestidad. ¿En qué les afecta las críticas y las alabanzas? ¿será peor la esmeralda si no se la elogia?”

Ahora comprendo. La vida. Los actos como opinión. La opinión no varía el estado de las cosas. No hay daño. El estoicismo en su cumbre. Pero… Amabilidad, sinceridad, humildad, justicia, bondad y honestidad, ¿qué son para Marco Aurelio?

Espero que a esta alturas, tú, querido lector, ya hayas decidido ojear, descifrar, leer y releer Las Meditaciones de Marco Aurelio, empezar por el final y terminar por la mitad. Recordarlo para volverlo a olvidar. Ir por su texto como barco pesquero sin rumbo ni timón. En un mar de letras para que luego, lentamente, recojas redes, y en las redes pensamientos. Los de Marco Aurelio y los tuyos propios.

“La gente se suele retirar al campo, a la costa o a la montaña. Tú mismo lo deseas a menudo. Pero es un tanto ingenuo, pues en cualquier momento te puedes retirar en ti mismo. En ninguna otra parte se encuentra más sosiego y quietud que en la propia alma.”

Un poco.. sobre quien fué Marco Aurelio

* (Roma, 121 - Viena, 180) Antonino Marco Aurelio. Emperador (161 - 180) y filósofo romano.

* Adoptado por Antonino Pío, se casó con la hija de éste y al que sucedió, compartiendo el poder con su hermano adoptivo Lucio Aurelio Vero y desde 177 asoció al trono a su hijo Cómodo.

* Su reinado discurrió en continuas y victoriosas guerras, la del Oriente contra los partos (161 - 166) y la del Danubio contra los bárbaros (166 - 180). Tuvo que hacer frente a las invasiones de marcomanos, sármatas y vándalos.

* Escribió doce libros de Soliloquios o Pensamientos, en los que expuso su filosofía estoica.

Soliloquios del emperador - libro recomendado



Al abrir el libro, sea cual sea la página por la que se haga, el lector enseguida se ve ante un espejo y la imagen que transmite éste puede no ser muy halagüeña. Este libro que Marco Aurelio escribió para sí mismo y de ahí que diga las cosas de forma tan descarnada y sin florituras, ni intentos de disimulo y también exento de florituras literarias, ha sido editado numerosas veces con otros títulos: Meditaciones, Soliloquios, Pensamientos, etc.

En esta edición se ha decidido respetar el título que dio su propio autor, Marco Antonio Antonino para sí mismo. La lectura de este pequeño libro, que, como es sabido, dada su antigüedad, puede leerse en cualquier orden, un poco cada día o todo de golpe, sirve ante todo para reconciliarse con la humanidad, para encontrar sentido al mundo. Si la humanidad ha producido una persona como Marco Aurelio, puede entenderse o disculparse que existamos tantos otros que no le llegamos ni a la suela de los zapatos. ¿Cuántos hemos de nacer para que pueda surgir una persona tan excepcional?

Marco Aurelio sirve también como ejemplo para todos aquellos que no sueñan más que con el poder. Fue emperador de Roma durante mucho tiempo, siendo digno de resaltar que casi la mitad de las normas legales que dictó sirvieron para mejorar la situación de esclavos mujeres y niños. Siendo emperador, pues, tuvo que soportar la misma soledad que todos aquellos que eligen caminar por los caminos de la bondad y la rectitud. Siendo pacífico y reflexivo, tuvo que pasarse la mayor parte de su tiempo guerreando, y de forma victoriosa. No tuvo ningún reparo en que su hacienda como emperador, o sea el fisco, tuviera que ser usada para emancipar esclavos o hacer justos repartos de herencias.

Nada de todo esto, en cambio, aparece en sus escritos, en los que se refiere únicamente al hecho humano, al deambular por la vida. Al final, el buscador de perlas acaba por considerarlo imprescindible y hacerlo su compañero inseparable. Ahí es nada poder decir: "Yo leo y releo una y otra vez a Marco Aurelio".

Vicente Torres
http://www.lasprovincias.es/valencia/20071117/cultura/soliloquios-emperador-20071117.html